Siguiendo el método con el que Joaquín Vázquez Aguilar escribió sus libros, Francisco Cancino, recupera el título de “Vértebras”, el cual se muestra como el momento en el que todos los conjuros, sigilos y decisiones toman cuerpo. Un momento de madurez profesional, que, si se mira de manera nítida, también, es personal.
En la tercera entrega de esta tetralogía, después de “Casa” y “Aves”, Cancino se mira al espejo una vez más para hacer un viaje introspectivo, que lo lleva a visitar una nueva inspiración. Al recorrer sus pasos, se encuentra con la constante irreprimible, México. Ha sido el encuentro de un sinfín de culturas con la suya, lo que sigue moviendo la rueda de su trabajo. Encuentra su mexicanidad, como la mexicanidad de todos, un sincretismo que, en lugar de perderse, crece sin parar y se enriquece. La mezcla de sabores, colores,
formas, tamaños, climas, paisajes, eso que hace a México un lugar lleno de mística, la logra encontrar en un proyecto que incubó desde sus primeros años, en un referente personal, un icono de la cultura popular y de la academia: Frida.
Magdalena Carmen Frida Kahlo Calderón, conocida como Frida Kahlo, fue una pintora mexicana, nacida en la Ciudad de México. Su obra gira entorno a sus propias experiencias de vida, sus emociones y la manera en la que percibe al mundo.
Desde hace 10 años, Francisco configuraría la idea de rendir un homenaje a quien fuera una de sus fuentes de inspiración, no solo por su obra si no también por lo que simboliza, Frida Kahlo. Sin embargo, esta misma iconicidad se convertiría en un dilema ¿Cómo hacer un homenaje justo? ¿Cómo lograr representar la esencia de la pintora sin caer en los lugares comunes? Estas dudas, llevaron al homenaje a esperar un proceso largo de configuración a través de los años.
Durante 8 meses Cancino trabajó sobre su propio acervo bibliográfico que incluía fotos, libros, publicaciones, videos, y otros medios audiovisuales, haciendo una selección de todo aquello que mueve el impulso de la creación. Acompañado de un equipo de trabajo interdisciplinario, se encontró con la existencia de una Frida, que no es de la cultura pop, una Frida que es hija, hermana, estudiante. En un acto iconoclasta renuncian a todos los símbolos mundiales con los que reconoceríamos a la autora y crean un nuevo altar para los años en los que Frida empieza a recolectar sus propias vivencias, que la llevan a construirse a si misma como esta mujer llena de folclor y de dolor. Francisco se pregunta y se imagina ¿cómo sería el presente de Frida? y ¿cómo hubiera asimilado los procesos socioculturales de la actualidad?
El proceso para crear esta colección culminaría con una colaboración interdisciplinaria que rescata el mismo exotismo que Frida Kahlo tenía en su vida y en sus obras: La naturaleza, los sueños y las culturas
prehispánicas. La primera es un ejercicio de estampación de la mano de la acuarelista Mariana Magdaleno, en la que recrea la fauna presente en la iconografía de Frida, monos, ciervos, xoloitzcuintles y demás. La segunda es una colección de accesorios escultóricos, en los que se retoman los objetos oníricos de la artista, el objetivo es crear en tridimensionalidad de alambres, para lo cual Cancino une fuerzas con los artistas David Herrera y Pablo Cobo del proyecto “Máscaras de Alambre”. Y la tercera es una serie de tocados, que añade sincretismo al ser elaborados con una técnica antigua de construcción que consiste en dar forma de manera manual, realizando pétalos de seda recortados a mano, teñidos y hormados con calor. Dicha colaboración se hizo en compañía de la leyenda de la sombrerería, el diseñador español Angel Amor.
Vértebras representa un recorrido amable a través de un paisaje mexicano el cual termina con una vista
preciosa, cada paso, es decir cada momento en el que se decide revisitar y reinventar una silueta pensando en Frida, su confección, el patronaje y la ejecución de cada prenda han sido un experiencia llena de cariño, emoción y satisfacción, igual que quien mira un álbum de fotografías y se ve crecer.